La lógica emocional como criterio de verdad mediática
30 de mayo de 2023
Por Luis Sujatovich, Coordinador de Investigación de Ciencias Humanas y Sociales y Profesor de grado y Posgrado de la Universidad Siglo 21.
La posverdad es la predisposición a otorgarle credibilidad a la información que se asemeja a nuestra forma de pensar, desestimando datos y evidencias que podrían demostrar que nuestras certezas se basan en engaños. Esta actitud constituye una forma muy particular de construir un vínculo con los acontecimientos que componen la realidad: hemos abandonado la pretensión de poseer un espíritu crítico y nos conformamos con verificar que no estamos equivocados.
Podría plantearse que esta búsqueda de coincidencias no es una novedad dado que los clubes, los partidos políticos y los gustos musicales han habilitado la conformación de diferentes grupos que buscan integrarse a partir de sus semejanzas. Sin embargo, la expansión de Internet ha propiciado que las redes sociales se configuren como ámbitos múltiples, dinámicos y significativos para la construcción de la opinión pública, desplazando a los medios tradicionales. En consecuencia, la trama discursiva ha cambiado de sustancia: la pretensión de objetividad y de racionalidad que impulsaba al periodismo moderno ha sido reemplazado por la lógica emocional. En consecuencia, ante una noticia, tienen mayor incidencia los sentimientos que nos despierta que la reflexión que debería propiciar. Consumimos las publicaciones como si fueran música: elegimos las que nos hacen sentir bien.
No es posible establecer con certeza quién fue la primera persona en tener éxito al propagar información falsa en las redes. Sin embargo, se estima que los debates acerca del Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) iniciados en 2016 y la campaña presidencial de Donald Trump durante el mismo año fueron los acontecimientos que generaron una gran cantidad de noticias falsas (fake news) que fueron propagadas por usuarios de cada bando con gran entusiasmo. Si la posverdad me condiciona para validar solo las noticias que me complacen, las noticias falsas son el insumo que la hace posible. No alcanza con tener una tendencia hacia determinadas ideas, sino que hacen falta, para sustentarlas, datos y hechos que se ofrezcan como verdades irrefutables. Por eso posverdad y noticias falsas son inseparables.
Un informe publicado en es.statista.com sostiene que durante 2022 han circulado un promedio de 80% de noticias falsas en países como Chile, Brasil, México y Perú. También es alta la proporción en países como Italia (69%), Estados Unidos (68%) y España (71%). Resulta oportuno citar un estudio realizado por el Reuters Institute, dependiente de la Universidad de Oxford, que indica que “el interés por las noticias se ha reducido considerablemente en todos los mercados: pasó del 63% en 2017 al 51% en 2022”. Se podría suponer que la baja calidad de la información suscita menos interés. Aunque así estaríamos observando solo una parte de la situación, no rehusamos las noticias, pero nos relacionamos con ellas de un modo diferente: a través de las publicaciones de nuestro entorno digital. Quizás por eso no cesan de crecer, aunque los medios tradicionales pierdan influencia. La atención está puesta en cada uno de los espacios que compartimos y no en los portales informativos.
La posverdad supone un desafío muy grande para las autoridades, para el periodismo y también para las universidades. No se trata simplemente de evitar un engaño ni de insistir en la importancia de la información basada en datos contrastables; la cuestión es aún más grave: la democracia está en riesgo cada vez que una noticia falsa se comparte.