Violencia de género en Argentina: panorama y desafíos
3 de abril de 2023
En la investigación que llevamos adelante en Universidad Siglo 21, Activismos de Género y construcción de identidades: Procesos de Participación en estudiantes de escuelas secundarias, hemos relevado que la violencia está en el foco de las preocupaciones de las mujeres jóvenes.
Según el último informe del Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina de 2021, se registraron 231 víctimas directas (cifra que incluye 5 travesticidios y transfemicidios) y 20 víctimas de femicidio vinculado, totalizando 251 víctimas letales de violencia de género en nuestro país en ese período. Mientras que las estadísticas del Observatorio Ahora que sí nos ven indican que entre el 1 de enero y el 31 octubre del 2022 se produjeron 212 femicidios y 181 intentos de femicidio. El 61,3% fue cometido por las parejas y ex parejas de las víctimas, de los cuales el 65% de los casos ocurrió en la vivienda de la víctima, 33 víctimas habían realizado al menos una denuncia y 22 tenían medidas de protección. Otro dato que arroja la Encuesta Nacional de Niñas, Niños y Adolescentes de Unicef (2019-2020) es que al menos 1 de cada 10 niñas y adolescentes sufre violencia sexual en Argentina. Estos números muestran la cara más visible y extrema de la violencia de género, pero también hay formas naturalizadas y menos evidentes.
A partir de entrevistas a estudiantes de escuelas secundarias de Córdoba realizadas en el marco de la investigación, las chicas manifiestan haber experimentado varias situaciones de acoso callejero que producen incomodidad y miedo, y que empiezan a vivir desde niñas: miradas lascivas, gritos, silbidos o el hecho de ser seguidas o manoseadas, en la calle o en los colectivos, forman parte de experiencias vividas en su tránsito por la ciudad. Los ámbitos de recreación y diversión nocturna también son señalados como territorios donde han vivido violencias, las que se magnificarían no sólo por ser mujer sino por pertenecer a alguna minoría en función de la identidad de género u orientación del deseo sexual. Finalmente, la familia y la escuela, dos instituciones en las que socialmente depositamos expectativas de cuidado, aparecen como lugares donde han experimentado violencia de género.
En Argentina, hace tan sólo 40 años que la violencia hacia las mujeres es parte del debate social, cuando algunas mujeres empezaron a señalar que los Derechos Humanos debían incluirlas como sujetos de derechos. En los últimos años se ha vuelto cada vez más notorio el uso del término violencia de género. En la representación predominante sobre la misma, inicialmente se la había vinculado con las agresiones verbales y/o físicas en el marco de una relación de pareja. Esto llevó a soslayar otras formas de violencia en distintos ámbitos de la vida social, como la calle, el trabajo, los medios de comunicación, los grupos de amigos, distintas agencias del Estado o las redes sociales, que se vuelven cada vez más visibles. Dicha representación ha sido cuestionada por cuanto las únicas relaciones reconocidas en las que podría inscribirse la violencia de género serían aquellas en las que exista o haya existido un vínculo – por lo general afectivo - entre un hombre y una mujer. Esto desconoce otras formas, ámbitos y tipos de relaciones donde la violencia puede emerger.
La irrupción del Ni Una Menos (NUM) en Argentina, en el año 2015, implicó la masificación de los activismos feministas y las protestas contra la violencia de género se multiplicaron. En ese contexto, los 8 de marzo empezaron a resignificarse cada vez más como jornadas de lucha por los derechos, ayudando a promover nuevas sensibilidades sociales en esta materia. Podemos reconocer avances normativos y legislativos de los últimos años, y la sanción de derechos específicos para las mujeres, aunque aún es necesario garantizar el acceso efectivo al ejercicio de tales derechos.
Del mismo modo, advertimos transformaciones en los umbrales de tolerancia hacia la violencia: ciertas prácticas aceptadas y normalizadas en el pasado dejan de aceptarse porque no se condicen con las expectativas de lo que deberían ser los vínculos interpersonales o las relaciones de género. Sin embargo, las transformaciones sociales conllevan procesos complejos y contradictorios y no siempre los discursos y normativas se condicen con las prácticas concretas. Por ello, aún nos queda el desafío de impactar en prácticas culturales de largo arraigo.
Por Marina Tomasini
Dra. en Psicología (UNC). Investigadora en Universidad Siglo 21